La madre está angustiada. Me cuenta su desesperación por ese hijo que no habla ni con ella, ni con sus hermanas, sus amigos, con nadie. Ese chico no contesta, no reacciona frente a nada. Tampoco en el aula, le digo, y ella agacha la cabeza, está abatida. La madre se hace a veces algunas preguntas, me las hace a mi también, esa mañana: dónde tiene las palabras ese chico, se pregunta la madre, dónde se tiene a sí mismo, profesora, dónde está uno cuando no tiene voz, me pregunta; así me lo dice y las dos empezamos a ahogarnos porque el aire está pesado ahí adentro.
Abro un poco la ventana; sin embargo, el soplo que entra es apenas una estela que no nos alcanza, y a pesar de que nos ahogamos, la madre sigue. Me cuenta algo que pasó algunos meses atrás. Una noche ella no puede dormir, da vueltas y vueltas en la cama hasta que se levanta y va al cuarto del hijo que duerme de espaldas. La frazada se había deslizado hacia el piso y el hijo tiene descubierta la espalda huesuda. La madre se sienta al costado de la cama. Hijo, dice ella cubriéndole al mismo tiempo la espalda par abrigarlo. Hijo, dónde estás. Y viene un llanto que ella no quiere romper ahí y por eso trata de contenerlo, prefiere no llorar en su presencia y además no quiere despertarlo. Pero tragándose las lágrimas repite. Hijo, decime dónde estás, le ruega.
El chico, ya lo dije, es esmirriado. Muchas veces he observado los huesos de sus manos reposando quietas sobre el banco, porque el chico, no lo dije, tampoco escribe. Y su madre, que ahora llora frente a mí en ese cuarto en el que nos ahogamos a pesar de la ventana abierta, vive como un tormento el silencio de su hijo. Cuándo va a hablar, se pregunta la madre, y me lo pregunta también, profesora, cuándo va a hablar este chico, y ni me atrevo a decirle que en clase no habla pero tampoco escribe, nunca, nada. Cuándo va a hablar. Pero como no tenemos las respuestas volvemos las dos a aquella noche en que ella entra al cuarto de su hijo y se sienta a su lado y le pregunta hijo, dónde estás. Y en aquella noche hay, claro, un silencio callado como siempre porque el hijo no contesta. Pero luego el hijo, que sigue de espaldas, asoma su mano delgadísima sobre el hombro y agarra la de su madre: acá, dice sin darse vuelta el chico; mamá, yo estoy acá.
LA BÚSQUEDA DEL LENGUAJE
Experiencia de transmisión
De
Ángela Pradelli